Memoria de mis putas tristes

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En los estos  días (17 de abril) se cumple un año de la muerte de Gabriel José de la Concordia García Márquez y seguramente se ocuparán muchos bytes en recordar su memoria.

El Salmón quiere echarle su clásica mirada iconoclasta, y dado que todo el mundo estará cantándole loas, quiere apuntar a lo que no fue lo mejor de su obra. Genios como García Márquez también suelen repetirse y caer en escribir relatos de bajo nivel, pero a veces pasa que la (a) crítica tiende a elogiar cualquier obra si proviene de alguien consagrado. El caso de García Márquez es muy curioso, ya que se trata de un escritor muy desparejo. Escribió dos obras geniales: “Cien Años de Soledad” (sin duda una de las cumbres de la literatura mundial, un prodigio de la imaginación escrito con la precisión cuasimatemática  de un antiguo y complicado mecanismo de relojería) y “El Amor en los Tiempos del Cólera”, que, dejando de lado que le sobran unas 100 páginas que se vuelven un tanto repetitivas, poco tiene que  envidiar a la anterior. Pero el resto de su literatura, salvo algunos chispazos ocasionales,  es del montón.

Lo que sigue es algo que escribí a poco de leer “Memorias de mis putas tristes”, hace como diez años, con la finalidad de ser publicado vaya a saber donde. Me pareció oportuno desempolvarlo y aggiornarlo a la luz de nuevas viejas lecturas, teniendo siempre presente, que como se trata de García Márquez, la iconodulia, como no puede ser de otra manera, la ha elogiado:

Comentario

Después de “Cien Años de Soledad” cada obra del Gabo es esperada con una gran ansiedad. Todos esperan la nueva obra maestra y salvo “El Amor en los tiempos del Cólera”   ninguna llega a esa altura.  Pero uno sigue buscando el nuevo opus maestro, y, por ello, al comenzar la lectura de  la última de sus novelas “Recuerdos de mis putas tristes” abriga la secreta esperanza de encontrarla. Pero no, otra vez nos quedamos esperando en vano una obra mayor, que, a esta altura del partido probablemente no llegue nunca. (y efectivamente no llegaría, ya que esta fue su última novela, aunque dicen por ahí que dejó otra inédita que estaría por publicarse).

Recuerdos de mis putas tristes” es una novela corta, la primera que escribe después de diez años, y lo primero que uno piensa antes de leerla es que si demoró tanto tiempo para escribir una novela tan corta es porque en la misma debe haber condensado algo maravilloso. No es así. García Márquez se repite hasta el cansancio en esta novela – que por encima de algún chispazo aislado – no aporta demasiado. Es como que la mayor parte de las cosas que escribe García Márquez en este libro dan la impresión de que las contó antes en algún otro.

El “bramido del buque entrando al canal del puerto”, por ejemplo aparece con variaciones tres veces en el libro:

“el buque fluvial del correo, retrasado una semana por la sequía, entró bramando en el canal del puerto” (pág 15)

“vimos entrar un transatlántico blanco por la desembocadura y lo seguimos callados hasta oír su bramido de toro lúgubre en el puerto fluvial” (pág 94)

“y el buque fluvial del correo, retrasado una semana por la sequía, entró bramando en el canal del puerto” (pág 109) (no seamos tan críticos, esta última es una repetición de la primera hecha a propósito)

Y mi memoria me dice que esta imagen ya ha aparecido en alguna otra obra.

(Y efectivamente así es, el tema del bramido ya había aparecido varias veces (de hecho es una especie de estribillo que guía la acción en “Crónica de una muerte anunciada”)):

“porque éste tenía la costumbre de buen navegante de avisar su llegada al puerto con la sirena del buque, aun en la madrugada, primero con tres bramidos largos para la esposa y sus nueve hijos, y después con dos entrecortados Y melancólicos para la amante” (El Amor en los Tiempos del Cólera, pág 232)           

el bramido triste de un barco que tardaría más de una hora en llegar” (El Amor en los Tiempos del Cólera, pág 246)

“Florentino Ariza los esperó en el puente, junto con las autoridades provinciales, en medio del estruendo de la música y los cohetes y los tres bramidos densos del buque que dejaron el muelle empapado de vapor”. (El Amor en los Tiempos del Cólera, pág 301)

“En los días ordinarios era difícil dormir allí con los gritos de los estibadores y el estruendo de las grúas del puerto fluvial, y los bramidos enormes de los buques en el muelle.”(El Amor en los Tiempos del Cólera, pág 358)

“atormentada por el dolor que se aliviaba por momentos y se recrudecía cuando el barco bramaba al cruzarse con otro”  ‘(El Amor en los Tiempos del Cólera, pág 433)

“Desde algunos pueblos les tiraban cañonazos de caridad para espantar el cólera, y ellos se lo agradecían con un bramido triste” (El Amor en los Tiempos del Cólera, pág 446)

“En esas estaban cuando el pueblo entero despertó con el bramido estremecedor del buque de vapor en que venía el obispo” (Crónica de una muerte anunciada, pág 18)

Santiago Nasar atravesó a pasos largos la casa en penumbra, perseguido por los bramidos de júbilo del buque del obispo (Crónica de una muerte anunciada, pág 22)

“Cuando Santiago Nasar salió de su casa, varias personas corrían hacia el puerto, apremiadas por los bramidos del buque” (Crónica de una muerte anunciada, pág 23)

“Apenas si habían despertado con el primer bramido del buque” (Crónica de una muerte anunciada, pág 25)

“y nos siguieron llegando, cada vez más tristes, hasta muy poco antes de que bramara el buque del obispo.” (Crónica de una muerte anunciada, pág 62)

Cuando bramó el buque del obispo casi todo el mundo estaba despierto para recibirlo (Crónica de una muerte anunciada, pág 78)

Desde el otro lado del sueño, oyó sin despertar los primeros bramidos del buque del obispo(Crónica de una muerte anunciada, pág 94)

Flora Miguel despertó aquel lunes con los primeros bramidos del buque del obispo (Crónica de una muerte anunciada, pág 145)

Los zancudos, el calor, la transpiración, el ambiente tropical, un padre nacido el mismo día que se firmó el tratado de Neerlandia, (el tratado de Neerlandia aparece varias veces en “Cien Años de Soledad”), las chicharras que pitan hasta reventar de calor, son todas cosas que ya las hemos leído en otro lado.

Los personajes de García Márquez hablan poco, casi nada. Cuando hablan pretenden hacer sentencias sublimes. Comentarios tajantes e inteligentes o totalmente absurdos. En “Cien Años…” o en “El Amor…..” lo eran. Aquí no, (aunque hablan un poco más) simplemente cansan con la pedantería de sus sentencias, son pretensiosos y a veces repiten lugares comunes:

“la edad no es la que uno tiene sino la que uno siente”, (pág 61)

pretende ser una afirmación sabia y no es más que otra versión del tan trillado:”uno puede sentirse joven a los 80, la edad verdadera no tiene nada que ver con la cronológica, etc.”

Y hay más frases obvias:

“No se equivoque; los loquitos mansos se adelantan al porvenir” (pág 67)

“El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor” (pág 69)

Que lejos estamos de frases como:

“Y algo que había de ser desde entonces la razón de su vida: la convención de que uno viene al mundo con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, voluntaria o forzosa, se pierden para siempre” (pág. 200 de El Amor….)

o

“Está bien, me caso con usted si me promete que no me hará comer berenjenas” (El Amor… pág. 99)

o

En circunstancias menos amargas hubiera persistido en los asedios a Sara Noriega, seguro de terminar la noche revolcándose con ella en la cama, pues estaba convencido de que una mujer que se acuesta con un hombre una vez seguirá acostándose con él cada vez que él lo quiera, siempre que sepa enternecerla cada vez (El Amor…pág.263)

o de la forma simple en que describe al final del capítulo XIV la muerte del protagonista principal de 100 años de Soledad,  Coronel Aureliano Buendía, como si fuera un personaje intrascendente:

“Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño. La familia no se enteró hasta el día siguiente, a las once de la mañana, cuando Santa Sofía de la Piedad fue a tirar la basura en el traspatio y le llamó la atención que estuvieran bajando los gallinazos.”

El uso, como al pasar, de comentarios secundarios que no tienen nada que ver con el tema principal, pero que pretenden sorprendernos por lo fantasiosos es otro lugar común repetido hasta el cansancio. En “Cien años …” y en “El Amor …” es un recurso efectivo que permite abrir como pequeños “subrelatos” dentro del relato. Pero aquí el recurso ya luce gastado. Por ejemplo, en una ocasión el protagonista regala un cuadro a su amada y comenta que lo ha pintado un artista de nombre Figurita (los nombres ridículos son otro viejo recurso),

“un hombre de tan buen corazón que le tenía lástima al diablo”.(pág 64) 

Para agregar en una enumeración recargada y abrumadoramente repetitiva:

“lo pintó con barniz de buques en el lienzo chamuscado de un avión que se estrelló en la Sierra Nevada de Santa Marta y con pinceles fabricados por él con pelos de su perro”. (pág 64)

Y la mujer pintada, a su vez es una mujer que secuestró de un convento y se casó con ella. (¿”El Amor y otros Demonios otra vez”?)

También es repetitivo el recurso a a relacionar cosas disparatadas o a la exageración y el ridículo, Al protagonista le arde el culo los días de luna llena (pág. 27)  Así también aparece un tipo muerto desnudo, con los zapatos puestos y un condón en su miembro ( pág. 78).  Como pudo haber aparecido un caballo con cara triste y miembro de niño que relincha cada vez que una virgen deja de serlo, o un mago sabio capaz de contabilizar la cantidad de veces que una persona ha eructado en su vida.

Con poco esfuerzo de imaginación cualquier mortal que haya aprendido los recursos de García Márquez puede inventar situaciones parecidas. Y si no, que le pregunten a Isabel Allende.

Las enumeraciones obsesivas, los ritos y coincidencias repetitivas son otro recurso ya usado del cual abusa. En “El Amor en los tiempos del cólera” Florentino Ariza, inevitablemente, cada vez que estaba frente a una mujer por primera vez fallaba en su virilidad. Ahora el protagonista del relato de “Memorias…..” nunca ha estado con una mujer sin pagarle. (pág 16)

“Hasta los 50 llevaba un registro, 514 mujeres con las que había andado”, (pág 17)

carácterísticas obsesivas del personaje muy parecidas a algunas de Florentino Ariza., quien por otra parte también llevaba ese registro:

“Cincuenta años más tarde, cuando Fermina Daza quedó libre de su condena sacramental, tenía unos veinticinco cuadernos con seiscientos veintidós registros de amores continuados, aparte de las incontables aventuras fugaces que no merecieron ni una nota de caridad.” (pág 201)

Y respecto al uso de los números, cuando en un momento al protagonista le piden un cigarro él contesta con lo que siempre contesta:

“Dejé de fumar hace hoy treinta y tres años, dos meses y diecisiete días” (página 24)

  El recurso de esta enumeración minuciosa y preparada suena familiar. En efecto, “El Amor en los tiempos del cólera” termina con

“Florentino Ariza tenía  la respuesta preparada desde hacía 53 años, siete  meses y once días con sus noches”.  (pág 451)

En “El Amor en los Tiempos del Cólera” el Dr. Juvenal Urbino comenta sobre su habilidad para embocar el chorro de su orina en una botella a distancia. (pág 47).  Esto, y lo que agrega a continuación, sin duda que nos resulta algo muy ocurrente:

En vísperas de la vejez, el mismo estorbo del cuerpo le inspiró al doctor Urbino la solución final: orinaba sentado, como ella, lo cual dejaba la taza limpia, y además lo dejaba a él en estado de gracia (pág. 47)

En “Memorias…” vuelve a repetir algo muy parecido y ya no resulta tan gracioso:

Oriné en el inodoro de cadena, sentado y como me enseñó desde niño Florina de Dios para que no mojara los bordes de la bacinilla, y todavía, modestia aparte, con un chorro inmediato y continuo de potro cerrero . (pág 30)

Y hay más cosas que nos suenan familiares:

Lo hacía por el gusto, pero terminó por ser parte de mi oficio gracias a la ligereza de lengua de los grandes cacaos de la política que les daban cuenta de sus secretos de Estado a sus amantes de una noche, sin pensar que eran oídos por la opinión pública a través de los tabiques de cartón.” (pag 19)

“Al atardecer, cuando bajaba el calor, era imposible no escuchar las conversaciones de los hombres que venían a desahogarse de la jornada con un amor de prisa. Así se enteraba Florentino Ariza de muchas infidencias y aun de algunos secretos de estado que los clientes importantes y aun las autoridades locales les confiaban a sus amantes efímeras sin cuidarse de que no los oyeran en los cuartos vecinos” (El Amor en los tiempos del cólera, pág. 89)

(por algún motivo Estado está escrita con mayúscula en Memorias y con minúscula en El amor….)

En la página 103 hay una frase que parece ingeniosa:

“Desde entonces empecé a medir la vida no por años sino por décadas. La de los cincuenta había sido decisiva porque tomé conciencia de que casi todo el mundo era menor que yo” (obviamente el protagonista no vivía en Uruguay)

Lástima que ya había aparecido en otro libro:

“y había ido descubriendo que hasta las personas más viejas eran menores que él” (el Amor.. pág 60)

Más bien aquí el Gabo nos hace acordar a esos viejos que tienen la costumbre de contar las mismas cosas varias veces. Y en ese sentido – dado que el libro es la historia de un hombre que ha envejecido – sea involuntariamente autorreferente cuando describe los estragos de la vejez en la memoria del protagonista:

y aprendí a reconocer la alarma de mis amigos cuando no se atrevían a advertirme que les estaba contando el mismo cuento que le conté la semana anterior. (pág 14)

Como si al escritor se lo hubiera tragado el personaje.

Por momentos, uno leyendo esta obra tiene la impresión de no estar leyendo a García Márquez sino a Isabel Allende cuando lo imita.  El realismo mágico poblado de adivinas, seres solitarios, premoniciones y curas caseras empalaga.

Y por encima de la forma, el relato en sí aparece deshilachado. No se sabe bien a donde va. Lo que García Márquez esta vez no pudo repetir fue el haber sabido conducir su relato por un camino determinado y claro. Hay historias que quedan como descolgadas: la historia del gato, la de la mujer cuyo amor queda postergado en la juventud del protagonista y que después reencuentra en su vejez (¿una repetición con distinto final de la temática principal de “El Amor en los Tiempos del Cólera”, tal vez?), la ira del viejo cuando desaparece la adolescente, etc.

Y sobre todo falta sorpresa, esa sorpresa que aparecía, por ejemplo, de pique, en la primera página de “Cien Años…  ” cuando se unía un recuerdo de la niñez del protagonista Aureliano Buendía con el anuncio del presunto final de su vida, induciéndonos a creer que fue fusilado años más tarde, o el sorprendente episodio de “El Amor …..” en el cual el doctor Juvenal Urbino – quien parece será el protagonista principal de la obra – muere absurda e imprevistamente en las primeras páginas de la novela al intentar bajar un loro del árbol. Un amague genial, sin duda.

Probablemente muchos incondicionales dirán que en este libro lo que el autor hace no es repetirse sino citarse a sí mismo, o mandarle guiñadas a su público. Tanto da, si bien el oficio de relator no se pierde, la inventiva sí .

En fin, sin ser una porquería (porque de última el autor muestra el oficio narrativo que maneja) una obra para olvidar.  Que ni siquiera llega a la altura de las 100 páginas que le sobran a “El Amor en los Tiempos del Cólera”, y que nos muestra que los genios son desparejos.

NOTA: Las referencias a las páginas de los libros corresponden a la primera edición Editorial Sudamericana para el caso de “Memorias….”, a la edición 35 de la misma Editorial para el caso de “EL Amor….” y a la primera edición de la Editorial Oveja Negra para “Crónica…..”

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