UN LIBRO SUMAMENTE RECOMENDABLE

Acabo de leer un libro increíble: “El fin del Homo Sovieticus”, de la escritora ganadora del premio Nobel, la bielorrusa de nombre difícil de recordar (por lo menos a cierta edad donde hay que hacer economía de neuronas): Svetlana Aleksievich. Había oído alguna crítica que lo refería  como un libro donde se relata cómo era la vida cotidiana en la sociedad soviética, y ello despertó mi curiosidad. Sin embargo el libro es mucho más que eso, ya que transita aspectos profundos de la vida de los seres humanos y nos muestra las peores miserias a la que seres comunes, con ambiciones como las de cualquier otro, pueden llegar.

El libro está escrito sobre la base de entrevistas que la autora fue efectuando, grabador en mano, principalmente en momentos posteriores a la caída de la Unión Soviética. Lo primero que nos sorprende es la capacidad de Svetlana de seleccionar personajes y hacerlos hablar. Hay largos soliloquios que de tan logrados que son tienen un cierto aire de irrealidad, como algunos monólogos dentro de monólogos que no sabemos cómo hizo quién relata para  recordar tanto detalle de una conversación. Por supuesto, la autora no es neutra, y sabe muy bien qué es lo que quiere decir, ya que ella misma habla a través de lo que dicen los demás. Obviamente, no es alguien que se embandere con el comunismo ni mucho menos, y  una de las cosas que la autora hace es  sacar a luz muchos  de los horrores del régimen soviético sufridos por ciudadanos comunes y corrientes. Pero no se queda ahí, no nos engañemos; tampoco es un elogio hacia el capitalismo, por lo menos el que se instaló en los países de la ex-Unión Soviética después de su caída, sino que hay una fuerte crítica a la forma en que éste se desarrolló. Y también, pese a su mirada implacable sobre el comunismo es capaz de generarnos empatía con muchas de aquellas personas nostalgiosas y amargadas, convencidas de las virtudes del régimen que desaparecía, así  hubieran avalado crímenes aberrantes o hubieran sido víctimas de ellos. Logra que nos pongamos en su lugar y las entendamos, más allá de que muchas de sus acciones  nos generen un natural rechazo. Nos hace también sentir compasión por la forma en que a muchas personas  les estallaron en pedazos los ideales de la sociedad comunista. Tampoco se podría decir que es un libro cien por cien político, sino que todo lo que ocurre está visto desde un punto de vista sumamente humano. Hay increíbles historias de envidias, amor, odio, frustración. Es – les confieso – una sensación rara la que queda después de leer este libro.

Una de las cosas que me impactaron es como, pese a que buena parte de los relatos provienen de gente que ha visto de cerca los crímenes del estalinismo, viviéndolos en carne propia o en la de algunos de sus familiares, muchos de ellos siguen siendo comunistas y adorando al líder. La relación de los soviéticos con Stalin es la misma que la de un creyente con Dios. Es que el comunismo en general y Stalin en particular lograron instalar una especie de religión, con todo lo que tienen éstas de iconodulia y sumisión irracional.  El que cree en Dios con fanatismo lo ama, pero a la vez le teme y puede vivir con terror viendo como el Todopoderoso condena a las peores torturas y castigos – el infierno – a los pecadores, o como, arbitrariamente envía desgracias a los individuos en la vida terrenal, incluso a aquellos que no han hecho nada malo. Cuántas veces en una discusión sobre religión surge la clásica pregunta de “¿por qué si Dios es bueno hay niños inocentes que mueren o gente que no ha hecho nada malo que sufre enfermedades terribles?”. Y la clásica respuesta de los que creen a pie juntillas es: “Algunos de los designios de Dios son inescrutables para los seres humanos” o “Si así lo determinó por algo será”. Y ninguna de estas obvias evidencias los hace apartarse del amor que le profesan al ser Todopoderoso. Con Stalin pasaba lo mismo. La gente que se “portaba mal” era deportada a Siberia donde convivían el purgatorio – en que los enemigos del pueblo o sus familiares se “purificaban” de sus pecados –  y el mismo infierno. Allí las pobres almas en pena eran sometidas a todo tipo de padecimientos Y las causas podían ser variadas: denuncias de vecinos,  haber hecho comentarios banales en tono de chiste sobre el georgiano o la revolución, haber caído prisioneros del enemigo en la guerra o simplemente estar en el lugar equivocado en el momento preciso en que los verdugos necesitaban aumentar la cantidad de víctimas para poder alcanzar las “metas de producción” que les imponían. Sin embargo muchas de las personas que  desfilan en los relatos y que vieron o pasaron – ellos o sus familiares – situaciones de este tipo, mantienen igual su fe y amor hacia el líder y el régimen.  Difícil de entender si no hacemos ese paralelismo con lo religioso. La única diferencia era que con Stalin el infierno o el purgatorio estaban en la tierra, no había que esperar a morir.

Vean, por ejemplo, este relato de la hija de un hombre enviado seis años al “purgatorio” del Gulag por el simple delito de haber caído prisionero de sus enemigos en la guerra contra Finlandia en 1940 .

¡Cuánto tuvieron que sufrir nuestros padres.! Cuánto. Todo lo que le correspondió a papá cuando lo rehabilitaron, a modo de indemnización por lo que le hicieron sufrir, fue una doble paga de soldado. No obstante, en casa hubo un retrato de Stalin colgado en la pared muchos años. Mucho, muchísimo tiempo lo tuvimos….Lo recuerdo muy bien…. Papá no alimentaba rencores. Consideraba que lo que le sucedió fue algo propio de la época que le tocó vivir. Una época cruel en que se estaba construyendo un país nuevo y pujante. ¡ Y consiguieron construirlo ! ¡Y también vencer a Hitler! Eso decía papá (pág 58)

“En cualquier caso nuestra familia estaba marcada por la mácula del paso de papá por el Gulag y mamá temía que la organización de pioneros pudiera rechazarme o dilatar el proceso de ingreso. …..Cuando jurábamos decíamos. “palabra de pionero” o Lo juro por Lenin!”. Pero el juramento máximo era: “Te lo juro por Stalin!”. Mis padres sabían que si yo me atrevía a jurar por Stalin no había posibilidad alguna de que les estuviera mintiendo.  (pág 59)

También llaman la  atención  las historias que se refieren  a la época de la perestroika. Aparecen relatos de personas que siguieron todo el proceso con el entusiasmo que les generaban los espacios de libertad que se iban conquistando solo para decepcionarse con lo que vino después: la llegada del capitalismo con todo lo que les trajo de competencia, endiosamiento del dinero, mafias, desigualdad, corrupción o pérdida del sentido de pertenecer a una gran nación. Gorbachov pasa, para esta gente de héroe a villano rápidamente.

De Gorbachov:

Se supo que en un viaje a Londres se ahorró la visita a la tumba a Marx (pág 173)

En el libro hay una gran cantidad de comunistas convencidos, y no sólo dirigentes, sino gente de pueblo.  El ciudadano común aparece compartiendo los ideales del régimen y  convencido de que se estaba construyendo un nuevo tipo de sociedad, por más que la estaba pasando mal. Las cocinas son el lugar donde las familias discuten y se quejan – lejos de la posibilidad de ser escuchados por los espías del régimen – y la aparición de la perestroika es celebrada, al principio, como un perfeccionamiento del régimen: más libertades y la posibilidad de acceder a una mayor gama de bienes, dada la escasa variedad de éstos en los supermercados comunistas. (los embutidos aparecen constantemente como una de las debilidades de los soviéticos). Por eso cuando la Unión Soviética se hunde y en su lugar aparece el capitalismo despiadado las personas se hunden en la desesperación. ¡Eso no era lo que querían! Y para peor no estaban preparados. Nadie les había enseñado como manejarse en una economía de mercado. Además del capitalismo salvaje florecían las mafias y la corrupción. Y muchos se abrazaron nostalgiosos a lo que dejaron atrás.

Esto es demasiado para mí. Yo soy una más de los muchos que consideramos que esto es demasiado. Todo el mundo se ha apeado del tren que nos conducía a toda prisa hacia el socialismo para subirse al tren que los lleve al capitalismo a velocidad de bólido. ……..Me felicité por la aparición de Gorbachov, aunque no le ahorré críticas…Ahora sé, no lo supe ver entonces, que fue, como todos nosotros un soñador.  Un hombre que creía en las utopías…..Ya Yeltsin fue otra cosa. Y para ésa yo no estaba preparada….El dinero perdió su valor en un solo día. El dinero  toda nuestra vida pasada… Todo se depreció de golpe. En lugar de hablarnos de un futuro brillante, nos decían. “Enriqueceos adorad el dinero…Postraos ante ese monstruo!” (pág 129)

Fuimos nosotros quienes destruimos todo esto! Con nuestras propias manos echamos por tierra la URSS. Soñábamos con que nos abrieran aquí un McDonald’s para comer hamburguesas calentitas, con comprarnos Mercedes y reproductores de vídeo, y con que vendieran películas pornográficas en cada quiosco….Rusia necesita de una mano firme que la sujete. Un puño de hierro. Un vigilante provisto de una porra. !Al gran Stalin! ¡Viva Stalin! ¡Viva y viva! Ajromeiev podría haber sido nuestro Pinochet, nuestro Jaruzelski… ¡Qué gran pérdida ha sido su muerte! (pág 147)

En nombre del comunismo lamentan no tener un Pinochet !!. Increíble.

La historia del Mariscal Ajromeiev es impresionante. Ajromeiev fue uno de los conductores del fallido golpe de 1991, y se termina suicidando por su fracaso, pero más que eso se lo muestra como un hombre con una  gran fe en el sistema que caía y que no pudo sobreponerse a su derrumbe.  Más que por las consecuencias de sus acciones como líder de la intentona, su suicidio parece haber obedecido a la imposibilidad de poder vivir en una Rusia dominada por el capitalismo.

Gorbachov valía mucho, pero la patria valía más. Que quede al menos para la historia el testimonio de que algunos nos opusimos a la destrucción de un Estado tan grande como el nuestro. A la historia le tocará decidir quién tuvo la razón y quién la culpa de todo esto. (pág 159)

Él era un comunista romántico, idealista. Creía  en las “fulgurantes cumbres del comunismo”. Se las creía a pie juntillas. Confiaba en que el comunismo sería eterno. Hoy eso suena absurdo, parece una idiotez… No podía aceptar lo que ya se vislumbraba. Atisbó los primeros movimientos de los jóvenes depredadores, los pioneros del capitalismo… Los que no llevaban en la cabeza ni a Marx ni a Lenin, sino el signo del dólar (pág 161)

Cuando comenzaba la guerra contra los privilegios y entró en vigor la resolución conjunta del Comité Central del PCUS y el Gobierno que establecía la obligatoriedad de entregar todos los regalos extranjeros con un valor superior a quinientos rublos, Ajromeiev fue el primero en aplaudirla y uno de los pocos que la cumplieron (pág 169)

El libro tiene una gran crudeza y hay momentos que me terminó resultando agobiante, pese a lo cual no pude parar de leerlo. Decenas de personajes desfilan como fantasmas: personas que son llevadas a los campos con toda su familia, niños que crecen en orfanatos, arrancados de sus padres “enemigos del pueblo”, personas sometidas a las más crueles torturas, desaparecidos, largas prisiones injustificadas y en las peores condiciones, el terror en la noche en que las fuerzas represivas venían a llevarse a las personas. (Hay momentos en que las cosas suenan bastante familiares a nuestras dictaduras latinoamericanas) Hay hambre, privaciones, gente a la que dejan morir de inanición o frío, madres e hijos que se reencuentran luego de muchos años de destierro con sus vidas seriamente averiadas e inutilizadas

Un relato absolutamente conmovedor es el que hace una madre sobre el suicidio de su hijo adolescente, Igor. Si bien al principio este relato parece fuera de contexto, ya que aparece como una tragedia individual a la cual no se le ve demasiada relación con el régimen,  a medida que vamos avanzando en la lectura vemos como se va describiendo con mucha claridad la cultura de la muerte que imperaba en la Unión Soviética, un entorno propicio para que un joven tome esa decisión. La educación soviética desarrollaba una cultura de sacrificio y martirologio (de nuevo el paralelismo con la religión) donde el sacrificio de la propia vida era un valor supremo. En la “Guerra Patriótica” (la forma en que los soviéticos llamaron a la Segunda Guerra Mundial) los soldados no podían rendirse, ni dejarse capturar vivos. De lo contrario corrían el riesgo de ser fusilados o internados en campos de trabajos forzados en Siberia. Cuando el Ejército Rojo avanzaba recuperando zonas en poder de los alemanes los presos soviéticos que iban siendo liberados eran conducidos a los Gulag. No se les perdonaba el no haber muerto en batalla. El recuerdo de la guerra y de la valentía de los que perecieron por liberar el país era algo presente acompañado por un culto necrófilo que supera con creces a nuestro: “Libertad o con gloria al morir”

Aprendió pronto a leer. Y a escribir también. A los tres años ya conseguí que aprendiera de memoria los versos de Mijaíl Svetlov: “Kajovka, kajovka, ése es nuestro fusil./¡Vuela ardiente bala!”…Yo solía regalarle juguetes de guerra: carros blindados, soldaditos de plomo, un fusil de francotirador…Era un varón, así que su destino era convertirse en soldado. Las instrucciones del fusil de franco tirador decían: “El francotirador tiene que saber matar con serenidad y selectivamente.. Lo primero es “conocer” bien a su objetivo..” ¿Por qué todo el mundo consideraba normales esos juguetes… Porque teníamos una mentalidad militar. “Si la guerra viene mañana/si mañana hay que partir…” decía la canción. …”Firme el paso, firme hacia la muerte / pobre cantante, pobre jinete” (pág. 193/194)

Qué nos has estado repitiendo toda la vida? Que había que sacrificarse por los demás…. Que la vida solo merecía ser vivida en aras de un objetivo sublime… Que había que arrojarse delante de los carros blindados o arder en la cabina de un avión de combate, si así lo lo requería la patria… Que la atronadora revolución requería muertes heroicas…. Para ti la muerte siempre fue más hermosa que la vida y por eso crecimos como unos monstruos, unos abortos. (pág. 195)

Otra historia es la de un joven que entabla una cierta relación cordial con el abuelo de la mujer con que se va a casar. Un tipo muy interesante, ya enfermo de muerte, y en cuya casa había

lámparas de cristal, porcelana china, tapices y coches recién salidos de fábrica….Por las mañanas bebíamos té en posavasos de plata…Los pioneros solían visitarlo en su casa, sus recuerdos eran anotados cuidadosamente, le tomaban dos retratos para exponerlos en cierto museo….solía dar charlas en los colegios y entregar premios a los alumnos más brillantes….Fuimos a un local ubicado en un sótano donde nos entregaron un salchichón de primera, un bote de tomates y pepinos marinados de producción búlgara, conservas de pescados de importación´n, embutidos húngaros enlatados, guisantes, hígado de bacalao….¡Todos eran productos imposibles de adquirir en aquellos tiempos. (pág. 372)

Un día ambos beben mucho y el viejo comienza a contar. Ahí el joven se entera que el viejo había pertenecido a los servicios represivos:

Las manos se nos embadurnaban tanto de sangre que nos teníamos que secar las palmas fortándolas contra nustro propio cabello…..A veces el tipo caía al suelo, vivo todavía, y chillaba como un cerdo chorreando sangre……..Nos lavábamos de cintura para arriba con el agua de Colonia. Porque el olor de la sangre es muy tenaz, un olor muy especial…Se parece un poco al olor del semen. … Hacías que el condenado se hincara de rodillas y le disparabas a quemarropa en la sección izquierda de la nuca, justo detrás de la oreja….Al término de la jornada, el brazo te colgaba como un trozo de cuero. El dedo índice era el que más sufría, porque sobre él recaía la mayor parte del esfuerzo cuando se disparaba.(pág. 378/379)

El hombre – si bien se quejaba de que su trabajo había sido jodido – no daba muestras de arrepentimiento

Y si te cuento todo esto es para que comprendas que preservar el poder soviético nos costó muy caro. Y por eso hay que cuidar de él ahora (pag 380)

El racismo y el odio nacionalista es otro tema permanentemente presente.  Durante la Segunda Guerra Mundial –en medio de una de las tantas masacres efectuadas por los alemanes – un niño judío de Bielorrusia es dado por muerto y echado a una fosa común.  Logra sobrevivir para encontrarse con los partisanos que lo desprecian y maltratan por ser judío, a la par que también se enfrenta al rechazo de la gente de la zona. Hay escenas de las guerras entre abjasos y georgianos y entre azeríes y armenios luego de la caída de la URSS cargadas de odio y de terrible degradación de la condición humana. Hacen acordar a las guerras de la ex-Yugoslavia. Gente que antes compartía comidas o visitas de camaradería se enfrentan con total saña. El “nuevo hombre” de la Unión Soviética no había podido erradicar el nacionalismo y el racismo, dos de las más oscuras taras de los seres humanos.

Finalmente quiero relatar una de las historias que más me impactó. Sobre el fin de la Unión Soviética en un apartamento viven una joven, su madre y su abuela. La abuela muere y llaman a un médico para que le extienda el certificado de defunción. El médico, a cambio, les pide una determinada suma de dinero por ello. La familia no tiene y el profesional se niega a hacer el certificado. No encuentra quien lo haga y la abuela permanece una semana en la casa descomponiéndose, ya que no la pueden enterrar. Un día aparece una misteriosa persona que dice haberse enterado de lo que les estaba pasando y les dice que como son buena gente les van a solucionar todo. Le consiguen el certificado y además le pagan el entierro. Asimismo se presentan en su casa con gran cantidad de víveres y le llenan la heladera. Así se van granjeando una cierta amistad con la familia. Aquí simplifico un poco la historia. Lo cierto es que en determinado momento le sugieren a la hija de la difunta que el apartamento en que viven es muy grande y que les convendría venderla, comprar algo más chico y quedarse con la diferencia para vivir mejor. La señora percibe algo raro, duda y se niega. El hombre le dice que si no accede a lo que pide no verá nunca más a su hija. Terminan quedándose con la casa y mandando a madre e hija a vivir a un lugar lejano, en medio del campo en una chabola miserable. Han caído en manos de las mafias que se hicieron del poder apenas llegado el capitalismo. Es inútil que vayan a pedir ayuda a la policía. Están  todos coimeados. La Unión Soviética ha caído, pero algunas cosas no cambian. Esta gente, en el fondo, sufre una deportación similar a la de quienes eran enviados a Siberia. El relato es muy parecido. Cambió el amo, pero se sigue viviendo parecido, por lo menos para algunas personas. La podredumbre engendrada en la Unión Soviética se reconvirtió para seguir oliendo mal en la “democracia”.

Hace unos años Alfredo Zitarrosa, que además de ser un gran cantor era un ferviente comunista escribía:

Usted se puede morir,eso es cuestión de salud
Pero no quiera saber lo que cuesta un ataúd.
Doña soledad hay que trabajar, pero hay que pensar
No se vaya a morir, la van a enterrar doña soledad

Gran ironía. Difícilmente se hubiera imaginado que en el país que fue ícono de las ideas que él defendía la imposibilidad de costearse un entierro pudiera terminar en una tragedia de este tipo.

Asesinatos políticos, torturas, exilios, desexilios, violaciones, vidas estropeadas, derechos pisoteados. De todo eso hay en este libro. Los mismos temas prácticamente que trata Benedetti en sus cuentos,  tal como hemos visto.  Sólo que en el primer caso estamos frente a una obra de singular riqueza de matices, excelentemente relatada y sin visiones maniqueas. He ahí la diferencia. Casi nada.

Redondeando un poco se podría decir que la idea total que recorre este libro es la de la decepción. Hay decepción en los viejos comunistas que ven caerse el régimen, hay decepción en los reformistas que creyeron que la perestroika los iba a llevar a un socialismo más humano, pero socialismo al fin, hay decepción en la gente común que ve que nada ha cambiado, hay decepción en los que anhelaban la llegada del capitalismo y encontraron su versión más salvaje; hay decepción en el lector que ve como a la caída de un régimen oprobioso le sigue una sociedad también injusta y que ello alienta recuerdos nostálgicos y hay decepción en la autora del libro a la que le cuesta entender que mucha gente se vuelva con añoranzas del viejo régimen. Al final de la introducción nos dice:

En la calle me cruzo con jóvenes que llevan camisetas con la hoz y el martillo, o con el rostro de Lenin. ¿Sabrán esos jóvenes qué es el comunismo?