UN REPASO A LAS LECTURAS JUVENILES (SEGUNDA PARTE)

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Tal como había anunciado en un post anterior me lancé a la aventura de volver a leer algunos de los libros con los cuales había pasado horas de entretenimiento en mi niñez y adolescencia. Lo primero que les quiero decir es que releer viejos libros juveniles es una actividad muy recomendable por varios motivos.  Cuando llegamos a cierta edad – no necesariamente a la vejez, pero sí a las puertas de ésta – puede ocurrir que leamos completo un libro que habíamos leído el año pasado, y no darnos cuenta que ya lo habíamos hecho. Es lamentable, pero pasa. Por supuesto, tampoco nos acordamos marktwain-1demasiado de la historia que contaban los libros que hemos leído hace alrededor de 40 o 50 años, salvo que por algún motivo nos hayan dejado alguna profunda huella. A lo sumo podemos tener una vaga idea de la temática general, de algún personaje, alguna escena perdida o esas cosas que uno caprichosamente guarda en la mente sin saber bien por qué, como si fueran archivos que nos olvidamos borrar del disco duro. Pero poco más. Pues bien, volver a leer algunos de estos viejos libros  nos permite remover telarañas del cerebro y recuperar viejos tesoros de recuerdos perdidos. En más de una oportunidad frente a alguna escena me encontré “adivinando” el final de la misma. Algo activaba el acceso a lugares remotos de mi memoria y empezaba a recordar   cómo era el desenlace de algunos libros o aventuras antes de terminar de leerlos. Es increíble como también, a veces, lo que “anticipamos” son detalles totalmente intrascendentes. Pero además, estas relecturas  permiten recrear atmósferas o circunstancias de la época en que los hemos leído, no necesariamente recuerdos concretos, pero sí sensaciones o sentimientos.   Finalmente,  leer estas historias tanto tiempo después nos permite agregar otra nueva dimensión a la lectura: no sólo recuperamos por un instante la ingenuidad de aquellas edades – no hay más remedio que hacerlo, sino sería imposible leer algunas cosas – sino que además podemos mirar con ojos de adultos aquella literatura y ver cosas que de niño eran imposible verlas. Porque muchos de los libros de nuestra niñez, si bien estaban escritos apuntando a públicos infantiles,  tenían conceptos que solo un adulto podría comprender.  Los buenos escritores que escribían aquellos libros para niños ponían   mucho de sí mismos y de los problemas y características de su época en lo que escribían,  tal vez por aquello de que la mayor parte de los escritores – si no todos – además de escribir para su público objetivo también escriben para sí mismos. No con todos pasa esto, porque no todos están escritos por “escritores”. A vía de ejemplo existe una gran diferencia entre los libros de Mark Twain y los de la serie de Bomba, que serán objetivo de análisis en este post. Pero aún en este último caso, en que el valor literario es escaso, uno puede igual revivir la magia que sentía en aquel entonces y mirarlos desde el punto de vista del adulto que es hoy. La relectura no es en ningún caso una experiencia vana. Por el contrario, es algo muy disfrutable.

 Mark Twain

Mis relecturas comenzaron con Mark Twain y los libros “Las aventuras de Tom Swayer”, “Las Aventuras de Huckelberry Finn”. y “Tom Sawyer en el extranjero”. Realmente releer a Mark Twain fue una muy grata sorpresa. Sin duda estamos ante un gran escritor.

Las aventuras de Tom Sawyer” es un libro tremendamente fresco, escrito para niños, por un mayor que se pone en el lugar de éstos, pero sin dejar de tener una mirada adulta llena de una implacable ironía y sarcasmo. Por eso es disfrutable a 3a4145916c67d830f837f4f38821c8799dc4e032cualquier edad. Tom Sawyer es un niño que vive con su tía Polly y no sabemos por qué no tiene ni padre ni madre. Es sumamente travieso e inteligente, y el liderazgo que ejerce sobre el resto hace que el lector inmediatamente se identifique con él. Tom, es, además, un niño rebelde, una especie de anarquista infantil, poco dispuesto a aceptar las convenciones de sus adultos y su lucha es permanente contra el poder que representan éstos. Y en esta lucha Twain va dejando en ridículo – porque además generalmente gana – a algunos íconos representativos de este poder. Así va quedando  en evidencia la hipocresía de algunas instituciones  con alto contenido represivo: la educación con todo su sistema de castigos físicos y morales, y por sobre todo la religión. Hay una escena muy bien lograda en que Tom comienza a hacer intercambio de objetos que ha recolectado y que son de muy poco valor para los adultos, pero muy codiciados entre los niños, por unos vales de distintos colores. Estos vales los otorgaban en la iglesia del pueblo a quién se aprendía un determinado número de versículos de la Biblia, y diferían en su color por la cantidad de éstos había que aprenderse para obtenerlos:

Cada vale azul era el precio de recitar dos versículos; diez vales azules equivalían
a uno rojo, y podían cambiarse por uno de éstos; diez rojos equivalían a uno amarillo, y por diez vales amarillos el superintendente regalaba una Biblia, modestamente encuadernada (valía cuarenta centavos en aquellos tiempos felices), al alumno. ¿Cuántos de mis lectores hubieran tenido laboriosidad y constancia para aprenderse de memoria dos mil versículos, ni aun por una Biblia de las ilustradas por Doré? Y sin embargo María había ganado dos de esa manera: fue la paciente labor de dos años; y un muchacho de estirpe germánica había conquistado cuatro o cinco. Una vez recitó tres mil versículos sin detenerse; pero sus facultades mentales no pudieron soportar tal esfuerzo y se convirtió en un idiota, o poco menos»

Mediante este método de intercambio, Tom logra obtener la cantidad de vales necesarios para obtener una Biblia, sin “merecerlo”. Todos saben que la ha obtenido así, pero se la dan igual. La salvación parece que se puede comprar. No nos olvidemos cómo fueron los orígenes de la reforma protestante, que surgió, entre otras cosas, como una respuesta a la compra de indulgencias por parte de los ricos, indulgencias que, supuestamente, les permitirían llegar al reino de los cielos más allá de sus pecados.

Hay pasajes de notable ironía, difícilmente captable para un público infantil:

Después el pastor oró. Fue una plegaria de las buenas, generosa y detalladora: pidió por la iglesia y por los hijos de la iglesia; por las demás iglesias del pueblo; por el propio pueblo; por el condado, por el Estado, por los funcionarios del Estado; por los Estados Unidos; por las iglesias de los Estados Unidos; por el Congreso; por el Presidente; por los empleados del Gobierno; por los pobres navegantes, en tribulación en el proceloso mar; por los millones de oprimidos que gimen bajo el talón de las monarquías europeas y de los déspotas orientales; por los que tienen ojos y no ven y oídos y no oyen; por los idólatras en las lejanas islas del mar; y acabó con una súplica de que las palabras que iba a pronunciar fueran recibidas con agrado y fervor y cayeran como semilla en tierra fértil, dando abundosa cosecha de bienes. Amén.

O este otro en la cual vuelve a ridiculizar los festejos religiosos llenos de acartonadas y absurdas convenciones y lugares comunes, y deja al desnudo la hipocresía de la mayor parte de los feligreses a quienes poco les importa lo que están escuchando:

Un chico diminuto se levantó y, hurañamente, recitó lo de «no podían ustedes esperar que un niño de mi corta edad hablase en público», ., …..   Una niña ruborizada tartamudeó «María tuvo un corderito», etc., hizo una cortesía   que inspiraba compasión, recibió su recompensa de aplausos y se sentó enrojecida y contenta. .. Siguieron otras conocidas joyas del género declamatorio; después hubo un concurso de ortografía; la reducida clase de latín recitó meritoriamente. El número más importante del programa vino después: «Composiciones originales », por las señoritas. Cada una de éstas, a su vez, se adelantó hasta el borde del tablado, se despejó la garganta y leyó su trabajo, con premioso y aprensivo cuidado en cuanto a “expresión”  y puntuación. Los temas eran los mismos que habían sido dilucidados en ocasiones análogas, antes que por ellas, por sus madres, sus abuelas a indudablemente por toda su estirpe,en la línea femenina hasta más allá de las Cruzadas. «La amistad» era uno, «Recuerdos del pasado», «La Religión en la Historia», «Las ventajas de la instrucción», «Comparación entre las formas de gobierno», «Melancolía», «Amor filial», «Anhelos del corazón», etcétera, etcétera. Una característica que prevalecía en esas composiciones era una bien nutrida y mimada melancolía; otra, el pródigo despilfarro de «lenguaje escogido»; otra, una tendencia a traer arrastradas por las orejas frases y palabras de especial aprecio, hasta dejarlas mustias y deshechas de cansancio; y una conspicua peculiaridad, que les ponía el sello y las echaba a perder, era el inevitable a insoportable sermón que agitaba su desmedrada cola al final de todas y cada una de ellas. No importa cuál fuera el asunto, se hacía un desesperado esfuerzo para buscarle las vueltas y presentarlo de modo que pudiera parecer edificante a las almas morales y devotas. La insinceridad, que saltaba a los ojos, de tales sermones no fue suficiente para desterrar esa moda de las escuelas, y no lo es todavía; y quizá no lo sea mientras el mundo se tenga en pie. No hay ni una sola escuela en nuestro país en que las señoritas no se crean obligadas a rematar sus composiciones con un sermón; y se puede observar que el sermón de la muchacha más casquivana y menos religiosa de la escuela es siempre el más largo y el más inexorablemente pío.

La autoridad implacable también está representada por la tía Polly, aunque Twain nunca deja de lado el plano de la ternura para definir la relación entre tía y sobrino. Esta autoridad tiene sus aliados: Sid, el hermanastro de Tom, y Mary, su prima, que viven con él y son francamente repelentes: siguen todas las normas de los adultos y  son buchones.

Tom tiene fantasías, y esas fantasías no siempre son políticamente correctas. Es que la corrección política está totalmente ausente en el libro, afortunadamente. Muchas veces sueña, y juega con sus amigos, con ser pirata o bandolero y buena parte del atractivo de estas situaciones es el de matar, secuestrar y robar. En cierta ocasión, escuchando un aburrido sermón:

El pastor trazó un cuadro solemne y emocionante de la reunión de todas las almas
de este mundo en el milenio, cuando el león y el cordero yacerían juntos y un niño pequeño los conduciría. Pero lo patético, lo ejemplar, la moraleja del gran espectáculo pasaron inadvertidos para el rapaz: sólo pensó en el conspicuo papel del protagonista y en lo que se luciría a los ojos de todas las naciones; se le iluminó la faz con tal pensamiento, y se dijo a sí mismo todo lo que daría por poder ser él aquel niño, si el león estaba domado.

¿No le encuentran a estas fantasías ciertas similitudes a la escena de la Naranja Mecánica en la cual Alex, al leer un relato bíblico, se imagina gozosamente que es él el que le da latigazos a Jesucristo?

Y si bien Tom y sus amigos tienen esa característica de amoralidad, no les faltan códigos. Así, su conciencia los lleva a vencer pactos y miedos y a dar un testimonio clave para que Muff Potter, el borracho injustamente acusado de un asesinato se salve de ser ejecutado.

Tom  es amigo de “ el paria infantil de aquellos contornos, Huckleberry Finn, hijo del borracho del pueblo”.  

Huckleberry era cordialmente aborrecido y temido por todas las madres, porque era holgazán, y desobediente, y ordinario, y malo…, y porque los hijos de todas ellas lo admiraban tanto y se deleitaban en su velada compañía y sentían no atreverse a ser como él.

También está presente el amor, obviamente, en su versión más ingenua, acorde a la edad del protagonista. Los escarceos amorosos de Tom con Becky están delicada y certeramente relatados; contienen todos los componentes típicos del galanteo a esa edad, traiciones e histerias incluidas.

Y está la muerte, ya sea en las fantasías de los muchachos como algo siempre posible; en sus visitas al cementerio donde Tom y Huck realmente presencian un asesinato; en la terrible muerte que alcanza Joe el Indio en la cueva; o en las historias  y leyendas del pueblo. Y la muerte llega, asimismo, acompañada con una buena dosis de humor negro, que tiene su punto culminante cuando los niños asisten – a sabiendas – a la misa que se está celebrando por ellos, ya que en el pueblo piensan que han muerto.

Y por si esto fuera poco está el componente de aventura. La historia final de Tom y Becky encerrados en una cueva es un excelente relato lleno de tensión y angustia, que nos evoca a la escena de Viaje al Centro de la Tierra en que el joven Axel se pierde en una caverna.

“Las aventuras de Huckleberry Finn” es un libro completamente distinto. No es para niños, probablemente ni siquiera para adolescentes. O por lo menos no lo es totalmente. Solo parece serlo, en los juegos del comienzo en que los niños simulan ser bandoleros, o en su disparatado final. La parte más “infantil” aparece cuando participa Tom Swayer.

Eso no quiere decir que no sea un buen libro. Por el contrario, ya visto por un adulto, es una excelente lectura. En algún lugar que hurgué en internet – en general cuando hago estos análisis trato de leer poco ya que no quiero recibir influencias – se habla que para muchos autores es un libro clave en la literatura estadounidense. Hemingway sostiene que toda la literatura estadounidense proviene de este libro. No  tengo elementos para evaluar si esto es así, pero el libro atrapa y es muy bueno. La atmósfera del sur de los Estados Unidos que se respira es increíble. He leído algo de Faulkner y me recuerda  a este libro.

La historia – relatada en primera persona – es sencilla, Huck quien ahora es rico, debido al tesoro encontrado con Tom, ha sido adoptado por una buena señora. Pero el muchacho no soporta la vida de la “gente fina” y en algún momento decide escaparse. Por ahí empieza a tallar el padre, un borracho marginal que, atraído porque sabe que Huck es ahora rico, empieza a tener interés en el niño, al punto que termina llevándoselo a vivir con él por la fuerza; aunque al principio a Huck no le disgusta volver a una vida en la que huckno tiene que ir a la escuela, usar ropa “de vestir”,  bañarse y en la que puede decir malas palabras. Huck es encerrado por su padre, aunque finalmente logra escapar fingiendo su propia muerte. Logra esconderse en una isla, donde vive un tiempo y se encuentra con Jim, un negro que ha escapado de la ciudad movido por su ambición es alcanzar la libertad. Huck y Jim se suben a una balsa y a partir de allí comienzan una  travesía por el  río – llena de encuentros y aventuras – tratando de llegar a un estado abolicionista. El tema central del libro es la  permanente búsqueda de la libertad. Es la primera búsqueda que hace Huck cuando decide que no quiere vivir más en la riqueza, es la que hace cuando trata de escapar de la cabaña en que su padre lo ha apresado y, por supuesto, es la de Jim. Y Huck encuentra su libertad de vivir como quiere ayudando a buscar la de Jim. Como diría el Maestro Tabárez: “el camino es la recompensa”:

El libro está lleno de alusiones literarias. Al principio Huck y Tom juegan a los bandoleros en un monte cerca de la cueva del libro anterior.

Salíamos de un salto del bosque y cargábamos contra los porqueros y las mujeres que llevaban las cosas de sus huertos al mercado en carros, pero nunca les hacíamos nada. Tom Sawyer llamaba a los cerdos «lingotes» y a los nabos y eso «joyas», y nos íbamos a la cueva y hablábamos de lo que habíamos hecho y de cuánta gente habíamos matado y marcado con nuestra señal. Pero yo no le veía ninguna ventaja…………  Yo no creía que pudiéramos vencer a tantos españoles y árabes, pero quería ver los camellos y los elefantes, de forma que al día siguiente, que era sábado, me presenté a la emboscada, y cuando nos dio la orden salimos corriendo del bosque y bajamos el cerro. Pero no había españoles ni árabes ni camellos ni elefantes. No había más que una gira de la escuela dominical, y encima de los de primer curso. Los dispersamos y perseguimos a los niños por el cerro, pero no sacamos más que mermelada y unas rosquillas,

Los “delirios” de Tom nos recuerdan a los de Don Quijote – incluso en un momento  éste lo menciona –  y el realismo e incredulidad de Huck a Sancho Panza. La prisión de Huck por su padre en una cabaña nos hace recordar a algunos cuentos de hadas en que los malvados padrastros u ogros maltrataban a los niños. El escondite de Huck  en una isla mientras mira como dragan el río en búsqueda de su cadáver nos refiere a las propias Aventuras de Tom Sawyer en que los niños se fugaban a esa misma isla y en el pueblo los daban por muertos (también dragaban el río). La estancia de Huck en la isla,  encuentro con Jim incluido, aprovechando para armar su infraestructura de sobrevivencia con las cosas que llegaban del río luego de una inundación nos recuerda a Robinson Crusoe. La odisea de Jim huyendo de los esclavistas nos retrotrae a La Cabaña del Tío Tom. En una ocasión Huck desembarca en un pueblo y se encuentra con dos familias que están enfrentados a muerte desde hace mucho tiempo. Una joven de una de ellas huye con un joven de la otra para casarse. Es la historia de Romeo y Julieta. La sustitución de Tom por Huck que se da sobre el final tiene mucho de “Príncipe y Mendigo” del mismo autor. Y seguramente haya otras alusiones que no me he dado cuenta. La llegada de Huck a una casa disfrazado de mujer, y la huída que tiene de su padre en la cual mata un cerdo para que éste confunda la sangre del animal con la suya y piense que ha muerto me suenan familiares, pero no sé logro identificar la referencia. Y sobre el final cuando reaparece Tom se nombran explícitamente una serie de libros de aventuras que han inspirado al personaje.

El tema racial y del esclavismo están presentes permanentemente en el libro. En un momento Twain hace emitir al padre de Huck un irónico discurso:

»Ah, sí, este gobierno es maravilloso, maravilloso y no hay más que verlo. Yo he visto a un negro libre de Ohio: un mulato, casi igual de blanco que un blanco. Llevaba la camisa más blanca que hayáis visto en vuestra vida y el sombrero más lustroso, y en todo el pueblo no hay naide que tenga una ropa igual de buena, y llevaba un reloj de oro con su cadena y un bastón con puño de plata: era el nabab de pelo blanco más impresionante del estado. Y, ¿qué os creéis?» Dijeron que era profesor de una universidad, y que hablaba montones de idiomas y que sabía de todo. Y eso no es lo peor. Dijeron que en su estado podía votar. Aquello ya era demasiado. Digo yo: «¿Qué pasa con este país? Si fuera día de elecciones y yo pensara ir a votar si no estaba demasiado borracho para llegar, cuando me dijeran que había un estado en este país donde dejan votar a ese negro, yo ya no iría». Y voy y digo: «No voy a volver a votar». Eso fue lo que dije, palabra por palabra; me oyeron todos, y por mí que se pudra el país: yo no voy a volver a votar en mi vida.

El mismo Huck es un hijo de su tiempo y lugar y pese a su amistad y solidaridad con Jim entiende que éste “se pasa de la raya” cuando le cuenta que quiere llegar a un estado libre y desde ahí ahorrar para comprar a su mujer e hijos que están como esclavos y en caso de que no logre que se los vendan buscar a algún abolicionista para que se los saque por la fuerza

Es lo que dice el dicho: «Dale a un negro la mano y se toma el codo». Yo pensaba: «Esto es lo que me pasa por no pensar». Ahí estaba aquel negro, al que prácticamente había ayudado yo a escaparse, que decía con toda la cara que iba a robar a sus hijos: unos niños que pertenecían a un hombre a quien yo ni siquiera conocía; un hombre que nunca me había hecho ningún daño.

El libro ha generado una serie de controversias;  se lo ha acusado de racista porque usa la palabra “nigger” en varias ocasiones. Como lo leí en español no me di cuenta, pero es  obvio que Twain pone en sus personajes el lenguaje de la época, de la misma forma que – como vimos en el párrafo anterior – el “héroe” de la novela arrastra los prejuicios de entonces. Una gran estupidez, que es insostenible simplemente con hurgar mínimamente en la vida de Twain,  en su ideología y su posición respecto a la  esclavitud, que consideraba inhumana.

El final del libro es extraño y desconcertante. El estilo cambia totalmente. La reaparición de Tom le saca al libro su tono realista. Todos los planes que elaboran para liberar a Jim se elevan a la altura, no ya de la fantasía, sino del delirio. Tom ahora nos parece un niño pedante y totalmente enajenado. Es Don Quijote más loco que lo normal, enajenado por sus lecturas de libros de aventuras. Vuelve en esta parte, tal vez, a ser un libro para niños. Su final feliz ha sido muy criticado por sus lectores más entusiastas, como Hemingway.

El tercer libro de esta serie “Tom Sawyer en el extranjero” es, sin perder la frescura de los anteriores, el más liviano de los tres. El relato, efectuado nuevamente en la primera persona de Huck, vuelve a tener la tónica de un libro infantil, aunque por supuesto no está exento de algunos de los elementos de los anteriores. La temática del libro, Huck, Tom y Jim viajando en un globo aerostático nos remite inexorablemente a Julio Verne y sus “Cinco semanas en globo”. Incluso hay algunas escenas que son parodias de éste. Los tres personajes están muy marcados en sus características: Tom, el líder, es el Quijote delirante , Huck el realista, y Jim totalmente ingenuo. Tal vez este último personaje sea el menos logrado, más que ingenuo por momentos aparece algo tonto, y seguramente su descripción se corresponda al estereotipo que en aquella época debería existir respecto al negro liberto. No podremos saber si Twain cae en la descripción de este personaje presa de sus propios prejuicios o es una fallida ironía sobre la visión que la gente tenía de los negros en aquel entonces. Lo cierto es que uno de los atractivos del libro está en las discusiones filosóficas entre estos tres personajes tan diferentes entre sí. Para leer este libro es fundamental ponerse en la cabeza de un niño, porque para la lógica de un adulto el relato es progresivamente disparatado y absurdo, una forma deliberada de Twain de desarrollar su humor.

Bomba

Si Mark Twain me pareció una gran literatura, no ocurrió lo 14380343mismo con los libros de Bomba, escritos por un equipo de producción que figuraban bajo el nombre de Roy Rockwood, típicamente literatura chatarra. Eso no quiere decir que no me hayan enganchado. De hecho lamento que solo pude encontrar – disponibles en pdf en internet – los dos primeros libros (Bomba el muchacho de la selva y Bomba en la Montaña Movediza). El resto no los he visto ni en Tristán Narvaja, ni en las librerías de viejo de la Calle Corrientes en Buenos Aires. Seguramente intente a través de Mercado Libre, porque quiero continuar la saga.

Bomba es un muchacho que vive en la selva junto a un viejo naturalista enfermo llamado Cody Casson, y no se sabe cómo llegó allí. La búsqueda del niño de su identidad es el motivo de la serie. Si bien los libros están escritos con buen  ritmo y atrapan al lector están llenos de lugares comunes y reiteradas frases hechas  . Y también las aventuras que atraviesa y los peligros que enfrenta son reiterativos, además de poco creíbles.

Dentro de los clichés encontramos frases reiteradas del tipo: “giró sobre sus talones”.”se llenó de gozo”, “le dio un vuelco el corazón”, “su corazón latía con violencia”, “sus enemigos estaban tan cerca que podía tocarlos con solo estirar una mano”, “el corazón se le llenó de”, “nuestro héroe”, “dio un  respingo”; y algunas más. Seguro que muchos de nuestros comentaristas deportivos lo tuvieron como libro de cabecera. Los indígenas – y también Bomba – hablan de forma estereotipada, en primera persona, como si fueran jugadores de fútbol: “Bomba piensa que podemos salvarnos”, “Pipina le promete a Bomba que cuidará de Casson”,   .

Los peligros se suceden uno tras otro y siempre Bomba los supera gracias a su destreza, fuerza, valor e inteligencia. A veces lo ayuda la suerte, y normalmente, en el mejor estilo de Hollywood, termina salvándose o salvando a sus amigos en el último segundo: si utiliza un tronco para cruzar un precipicio este se cae justo cuando Bomba acaba de cruzar, pero no su amigo, con lo cual éste queda agarrado de las manos del muchacho que, haciendo un esfuerzo sobrehumano, logra rescatarlo. O si lo persigue un caimán logra justo saltar y alcanzar la orilla cuando la dentellada de éste pasa a centímetros de su pierna.

Pero lo que más me impresionó de Bomba es su racismo. De niño, pese a que no tuviera demasiada idea de lo que esto significaba, ya me había quedado esa sensación,  Basta citar una mínima cantidad de las frases que son constantes a lo largo de todo el relato:

 Comprendió que el sistema debía ser mejor que el suyo. Lo empleaban los blancos y él, por ser de la misma raza, debería adoptarlo también. Antes de llegar a la mitad de la comida, tendió las manos para tomar el cuchillo y tenedor y trató de imitar a sus nuevos amigos.

La expresión soñadora que los nublaba en esos momentos era la herencia de la raza blanca: la lucha de un alma por elevarse más arriba de las cosas físicas, el anhelo de algo más alto que una simple existencia animal.

Estos cautivos vestían las mismas ropas de exploradores, y a pesar de las cuerdas que los sujetaban, tenía cada uno de ellos los rasgos de una raza superior. ¡Sí, eran blancos! Y Bomba también lo era, como se lo asegurara orgullosamente a sí mismo desde aquel día que conoció a los caucheros. Su corazón latió con fuerza ante la idea. ¡Esos hombres eran sus hermanos!

Los blancos, una raza superior, los indígenas equiparables a animales; además los blancos que aparecen son todos buenos. Hoy en día una literatura de este tipo hubiera generado un gran escándalo. Y en este caso no quedan dudas que el racismo no es irónico: los autores buscan trasmitírselos al lector, claramente.

Otros elementos que están ausentes, por supuesto, son los de tipo erótico o amoroso, ni siquiera sutilmente. Todo lo que se relata es de corte asexuado. Bomba no tiene amigas ni muestra interés por las personas del sexo opuesto, ni del propio, por más que a veces en la descripción física que se hace del muchacho – un chico fornido y musculoso vestido solo con un taparrabos – se deslice una cierta visión un tanto erotizante del héroe.

Y por supuesto también hay elementos de irrealidad que salpican toda la obra. Por ejemplo a cada rato se menciona que Bomba lleva siempre consigo un morral (me imagino una especie de mochila o algo así) en la cual carga de todo: arco, flechas, comida, un revólver que le han regalado los blancos, muchos cartuchos con balas, una armónica. Con toda esa pesada carga a sus espaldas atraviesa la selva corriendo a toda velocidad, nada rápidamente para escaparle a los caimanes, se trepa con toda agilidad a los árboles, lucha cuerpo a cuerpo con sus enemigos, sean humanos (bueno, subhumanos realmente) o animales salvajes o atraviesa ríos, sin que su carga sea estropeada por el agua..

En resumen, dos lecturas muy diferentes, pero que terminé disfrutando volviéndome a poner en mis zapatos infantiles.

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Links relacionados:

Un repaso a las locturas juveniles (primera parte) https://salmonbizarro.wordpress.com/2016/11/06/un-repaso-a-las-lecturas-juveniles-primera-parte/

Próximo post: La arremetida evangelizadora de la Iglesia en nuestro país en “Cambalache tolerante versus eficacia evangelizadora”

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